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Estupas de hielo

Sonam Wangchuk, de 53 años, es oriundo del distrito de Leh, en Ladakh. Esta vasta y remota región casi del tamaño de Portugal, situada en el norte de la India, está conformada por una meseta que sobrepasa los 3.000 metros de altitud en muchos puntos. Al norte está delimitada por los montes Kunlun, una de las cadenas montañosas más largas de Asia, y al sur, por los impresionantes Himalayas. Conocido como el Pequeño Tibet, Ladakh es un inmenso desierto frío en el que habitan unas 274.000 personas distribuidas en unas 200 localidades. La gente de estas tierras, en especial en las cotas más altas, ha vivido siempre de la agricultura y el ganado (en tiempos recientes, también del turismo), actividades que han perdurado gracias al esencial aporte hídrico que, tras el deshielo primaveral, mana de los glaciares. Estas gigantescas masas heladas del planeta retienen el 69% del agua dulce del mundo y, como dice Wangchuk, constituyen aquí el secreto de la vida.

En Ladakh, donde las emisiones de gases de efecto invernadero son irrelevantes, la temperatura media se ha incrementado 2 °C desde 1980, lo que a escala planetaria se considera el aumento límite para asegurar una vida en condiciones. A consecuencia de ese par de grados extra, los glaciares se derriten y retroceden y el régimen de precipitaciones se ha tornado errático, alternando sequías, que coinciden con la época de siembra, con destructoras lluvias extremas. En 2010 fueron especialmente graves, con hasta 255 víctimas.

Además de ayudar a los agricultores, estas despensas de agua helada servirán para convertir parte de los áridos terrenos desérticos en fértiles tierras con vida en las faldas del Himalaya.

Sin duda no es un fenómeno reciente: dos décadas atrás el ingeniero civil retirado Chewang Norphel, también vecino de Leh, ya se apercibió de la amenaza que ese desbarajuste climático suponía para su gente. Empeñado en mitigar la escasez hídrica, construyó en las umbrías de las montañas unos terraplenes a distintas alturas que, a modo de pequeñas presas, almacenaban el agua que en invierno manaba de los torrentes. La idea era crear una suerte de glaciares artificiales planos que retuvieran el agua en estado sólido hasta la primavera, cuando se derretiría para ser canalizada hasta los campos de cultivo. Pero al durísimo esfuerzo de trabajar a esa altitud y lejos del pueblo, se sumó el hecho de que el agua solía evaporarse antes de poder usarla. El «Hombre de hielo», como llaman a Norphel sus conciudadanos, decidió plantearle el tema a su colega Sonam Wangchuk. Y acertó, porque Wangchuk, a quien le gusta autodenominarse «solucionador de problemas», se lo tomó como un reto personal. ¿Cómo se podría recolectar esa agua invernal en el propio valle –es decir, en altitudes mucho menores– y lograr mantenerla congelada hasta que se necesitara para los cultivos? Tras darle muchas vueltas se le ocurrió una idea: construir un glaciar artificial inspirado en una estupa, el santuario budista tan común en el Sudeste Asiático. Gracias a su forma cónica, la superficie expuesta al sol sería mínima. ¿Conseguiría así perdurar varios meses antes de fundirse?

"No se requiere electricidad ni ningún otro tipo de energía. La única fuerza que necesita para funcionar es la gravedad" explica Chewang Norphel.

Wangchuk empezó a trabajar en el primer prototipo de estupa de hielo en 2014 en colaboración con un grupo de jóvenes del Movimiento Educativo y Cultural de Estudiantes de Ladakh (SECMOL, por sus siglas en inglés), una organización que él mismo fundó en 1988 y que hoy cuenta con una vanguardista escuela que lucha por dar nuevas oportunidades a la juventud de la región. «Solo formando a los jóvenes y haciendo que sientan suyos los problemas ambientales de las montañas lograremos que el futuro de la Tierra esté en buenas manos», opina este ingeniero mecánico. Y el prototipo funcionó. «No se requiere electricidad ni ningún otro tipo de energía. La única fuerza que necesita para funcionar es la gravedad», afirma. Se trata de conducir el agua que fluye por los torrentes en enero y febrero y que nadie usa, y hacerla descender por una tubería hasta el lugar donde se erigirá la estupa. En ese punto, la tubería acaba con un tramo vertical. En el momento en que se abre ese conducto, y debido al principio físico de los vasos comunicantes, el agua sale disparada hacia arriba, y tiende a alcanzar la altura del punto en el que fue recolectada. Liberando el agua por la noche, cuando la temperatura alcanza los –20 °C o incluso –30 °C , la miríada de gotitas que emerge a presión se congela casi al instante, cayendo en cascada y formando una pirámide de hielo alrededor de una sencilla estructura hecha con ramas y troncos.

Sonam Wangchuk (con la pala al hombro) participa en una plantación de árboles jóvenes que beberán del agua que les brinda la estupa de hielo.

La primera estupa de hielo

En 2015, y tras recaudar 125.000 dólares, Wangchuk logró erigir con ayuda de todo el pueblo la primera estupa de hielo en la aldea de Fiang. Medía casi 20 metros de altura y se mantuvo congelada hasta abril, cuando empezó a liberar durante dos meses (ya que en junio el deshielo de los glaciares toma el relevo al abastecimiento hídrico) hasta un millón y medio de litros de agua que suministraron a un plantel de 5.000 jóvenes álamos que al crecer forjaron un oasis de esperanza. Tras aquel éxito, en 2016, y con el respaldo del Premio Rolex a la Iniciativa, Wangchuk acometió su siguiente reto: construir en Ladakh otras 20 estupas de hielo, de 30 metros de altura cada una, y reverdecer ese desierto que se extiende por las faldas del Himalaya, al que llaman también el «tercer polo» por la cantidad de reservas de hielo que contiene.

Pero no solo en este territorio se beneficiarán de las estupas de hielo. Obviamente el invento de Wangchuk interesa en muchos lugares del mundo, también en Europa, donde construyó su primera estupa de hielo en los Alpes suizos el año pasado. Y en otros puntos de su propio país: este 2020 trabajará en la recongelación de un lago glacial en Sikkim para detener las inundaciones repentinas.

La belleza de esta idea reside en su simplicidad, suele afirmar Wangchuk. Una simplicidad que, como supuestamente dijo otro gran inventor, Leonardo da Vinci, es la mayor de las sofisticaciones.