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Manifiesto por un derribo

La energía que producimos, la ropa que llevamos, lo que comemos, todo aquello de lo que dependemos impacta en el medio ambiente. La tecnología proyecta y promete, activa el sueño de que nada es imposible, y es por eso que a día de hoy vivimos en sueños. Habitamos en los sueños de nuestros abuelos, de nuestros padres. Ellos vieron un futuro que brillaba, y brilló tanto que a día de hoy seguimos sin poder quitarnos las gafas de sol.

El futuro nunca llega de repente, parafraseando a Susan Sontag. Lo hace de forma escalonada, y nuestra propaganda alerta de su llegada de forma magnificada. Hablamos de terremotos, inundaciones y olas de fuego del infierno azotando las capitales del mundo, pero lo que vemos son dos pateras a la semana por televisión y un fuego en otro continente. No podemos movilizar al planeta si se tacha de dramáticos e insensatos a los que buscan una sociedad sostenible. El lugar donde se les ha de tomar en serio no es en charlas entre amigos, sino en los parlamentos y entre gente trajeada.

Cien empresas provocan el 70% de las emisiones de CO2, principal causante de la aceleración del cambio climático. Pero sabemos que en las salas de juntas no hay sitio para exigencias en nombre del interés común. Sabemos que salir a las calles no para los cargueros del atlántico, que los zapatos con los que hacemos las marchas por el clima han sido hechos con petróleo.

Nos hemos complicado mucho en estos dos millones de años. Poco a poco. Hemos cedido nuestro mundo entre suspiros y gruñidos, pero quietos. Hemos cedido nuestro mundo a los “otros”, y a la vez somos su excusa para seguir adelante: el mercado provee una demanda.

Conocemos la solución. Todos y todas la sabemos. No se trata de gritar al televisor. De tener una pancarta más grande. De tan solo demandar. Va más encaminada a hacer amigos. Conocer a gente que aplica acciones a su vida diaria, por muy pequeñas que sean. No podemos cambiarlo todo hasta un residuo cero , no podemos parar el mundo. Pero podemos adaptarnos a uno un poco más lento, con nuevos hábitos, y no por ello aburrido ni privativo. Hemos de dar al ecologismo la imagen de proveedor, no del que nos quita comodidades. Busca dar. Dar años a nuestros pulmones, corazones, hijos y sueños.

Tenemos un sistema que nos deja decir que no, ir a comprar a cadenas ecológicas, escribir cartas de queja a ayuntamientos y centros comerciales. Podemos pensar que es lento e ineficiente, pero así es como hemos llegado hasta aquí. Pensando que es una pérdida de tiempo, sin intentarlo.

Ha llegado la hora del juicio final, de rayos cayendo del cielo y focas devorando a gente, y lo que tenemos es un sistema capitalista basado en el consumo y la insatisfacción constante.

No hay tiempo para destruir y levantar todo el “sistema”, así que ahora dependemos de un derribo controlado, una transformación.

Juan Lobo Hispano López. Institut Montserrat Roig. Barcelona.