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Sissi, las manías de una emperatriz

Isabel de Baviera o Elisabeth de Baviera, como se quiera decir, era una mujer que tenía múltiples manías y rarezas. A su obsesión enfermiza por su imagen y su alimentación se añadía su pasión por los animales, hasta el punto de pasear con sus perros por los salones de palacio. Su gran pasión por los caballos –contaba con decenas en sus cuadras–, se unía a su afán por mantenerse en forma y hacer ejercicio continuamente, cuando no andaba durante horas, montaba encima de uno de sus múltiples caballos. Para poder tomar leche fresca cada día mandó instalar un establo en el palacio de verano de Schönbrunn y durante sus largos viajes, solía transportar vacas, cabras o corderos con ella. Llevada por su pasión por Homero, convertía los trayectos hasta las islas griegas en una emulación de la Odisea, mandando que la ataran a un mástil. En sus numerosos desplazamientos, la emperatriz llevaba siempre consigo un nutrido botiquín, enseres para preparar la comida a su gusto, aparatos de gimnasia y algún cuaderno en el que anotaba sus pensamientos o se desahogaba escribiendo poemas satíricos.