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Editorial Diciembre 2021: El Serengeti no morirá

Tal vez usted no crea en la magia, pero algunos topónimos son mágicos para National Geographic. Representan un lugar concreto, un punto en el mapa, pero también tienen el poder de evocar imágenes, sensaciones y poderosas resonancias culturales. Oímos esos nombres y sonreímos o temblamos según la carga ideológica e histórica que les atribuimos. Krakatoa no es solo el nombre de una isla de Indonesia: es el volcán de los volcanes. Tsavo no es solo una región de Kenia: simboliza la lucha terrible entre hombres y leones, una metáfora de la colisión entre la tecnología y la vida salvaje en África. La mención del Serengeti, en cambio, siempre despierta una sonrisa: es un lugar bendecido por los dioses.

El propio nombre en masai significa «llanuras infinitas», una condición que permite la diversidad de hábitats y la concentración de más de 500 especies de aves y mamíferos e innumerables plantas e insectos. El agua es el otro sortilegio que asegura la vida en la región, condicionando todos los movimientos en este ecosistema. Abunda en época de lluvias, pero cuando los cielos no sueltan una gota, solo un río perenne atraviesa ese territorio: el Mara. Este río transnacional, fronterizo, influye en todos los planes de gestión territorial.

En el Serengeti, todos los equilibrios son delicados. Como la mayoría de las áreas protegidas en África, el parque comenzó como una reserva de caza, un territorio colonial reservado a una élite que, con las balas de sus rifles, proyectaba en África su visión del mundo. Sin embargo, pronto quedó claro que la naturaleza no es una tienda cuyas existencias se reponen constantemente. Ya iniciada la Segunda Guerra Mundial, se creó el Parque Nacional del Serengeti. Pero los problemas no se han acabado.

En 1960, Bernhard Grzimek promovió uno de los mayores bluffs de la historia de los medios alemanes. En su popular programa de televisión Ein Platz für Tiere (Un lugar para los animales), desafió a la audiencia a reservar unas vacaciones en lo que entonces era Tanganika para ver la migración de los grandes ungulados del Serengeti. El veterinario sabía que los operadores turísticos alemanes no tenían esa oferta, pero la presión pública fue tan intensa que pronto se organizaron múltiples viajes al Serengeti. Grzimek había convertido a sus espectadores en activistas ambientales, y los historiadores modernos coinciden en que sus documentales y su presión sobre el Gobierno colonial británico ayudaron a detener la destrucción de este precioso ecosistema.

Dedicamos este número al territorio sagrado del Serengeti en un momento en que la presión humana alrededor del área protegida nunca ha sido tan intensa. Gestionar un ecosistema es un ejercicio de malabarismo: sopesar todas las fuerzas vivas y todos los intereses sin que ninguna de las bolas en el aire caiga al suelo.

Bernhard Grzimek recogió su experiencia en un libro y un documental que allanaron el camino para el activismo ambiental en Alemania. Se titulaban El Serengeti no morirá. Que sepamos ser dignos de este legado.

Este artículo pertenece al número de Diciembre de 2021 de la revista National Geographic.