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Editorial Marzo 2022: Deseadas, indispensables, peligrosas

Eso que llamamos rosa olería igual con cualquier otro nombre, dijo Shakespeare por boca de Julieta, negando toda importancia al hecho de que Romeo perteneciera a la casa rival de su familia. Pero un nombre tiene cierta importancia. Tomemos el caso de las tierras raras.

Este conjunto de 17 elementos empezó a ser conocido a finales del siglo XVIII en Escandinavia. En aquel momento existía la tendencia de designar los óxidos de contenido metálico como «tierras», y el nombre se mantuvo porque los primeros especímenes encontrados aparecían dispersos y no en bloques. «Raras» corresponde a una estimación inicial, aunque errónea, de que estos nuevos elementos serían poco abundantes. Hoy se sabe que el cerio o el gadolinio son mucho más abundantes que la plata. Las tierras raras no son, por lo tanto, ni tierras ni raras. Pero revisten una importancia fundamental en la actualidad.

Cuando en 1792 el químico finlandés Johan Gadolin recibió en su despacho una extraña muestra de un mineral pesado y oscuro procedente de una cantera de la ciudad sueca de Ytterby, seguramente no imaginó que tenía en sus manos un trozo de futuro. Elementos como aquel son el carbón en el horno de la Revolución Tecnológica en curso. Fíjese en su escritorio o en el salón de su casa y descubrirá, sin esfuerzo, una decena de aparatos que se benefician de las propiedades electrónicas y magnéticas de estos elementos. Lo que nos lleva a plantearnos estas preguntas cruciales: ¿dónde están estos elementos y quién los está extrayendo?

China se adelantó al resto del mundo y comenzó la extracción de tierras raras a gran escala. Hoy es el principal proveedor del planeta, lo que convierte además a Pekín en la única capital que puede, de un momento a otro, interrumpir el suministro y frenar la industria de sus rivales.

Los geólogos están de acuerdo en que será necesario encontrar otras fuentes productivas, pero no es fácil. La extracción conlleva un elevado coste medioambiental, con evidentes repercusiones en la fauna y flora regionales, los acuíferos y la salud humana. Nadie quiere una mina en la puerta de su casa, pero incluso el smartphone utilizado para convocar a los manifestantes a una protesta medioambiental tiene entre sus componentes algunos elementos de tierras raras.

Cualquier país con reservas significativas, como el nuestro, tendrá que explotarlas en un futuro a medio plazo, aprendiendo de los errores que otros ya han cometido y no limitándose a exportar una materia prima en bruto. En las tierras raras, como en cualquier otra extracción de minerales, es esencial agregar valor a la cadena de producción para justificar (y pagar) los costes medioambientales resultantes.

Este artículo pertenece al número de Marzo de 2022 de la revista National Geographic.

Editorial Marzo 2022: Deseadas, indispensables, peligrosas

Eso que llamamos rosa olería igual con cualquier otro nombre, dijo Shakespeare por boca de Julieta, negando toda importancia al hecho de que Romeo perteneciera a la casa rival de su familia. Pero un nombre tiene cierta importancia. Tomemos el caso de las tierras raras.

Este conjunto de 17 elementos empezó a ser conocido a finales del siglo XVIII en Escandinavia. En aquel momento existía la tendencia de designar los óxidos de contenido metálico como «tierras», y el nombre se mantuvo porque los primeros especímenes encontrados aparecían dispersos y no en bloques. «Raras» corresponde a una estimación inicial, aunque errónea, de que estos nuevos elementos serían poco abundantes. Hoy se sabe que el cerio o el gadolinio son mucho más abundantes que la plata. Las tierras raras no son, por lo tanto, ni tierras ni raras. Pero revisten una importancia fundamental en la actualidad.

Cuando en 1792 el químico finlandés Johan Gadolin recibió en su despacho una extraña muestra de un mineral pesado y oscuro procedente de una cantera de la ciudad sueca de Ytterby, seguramente no imaginó que tenía en sus manos un trozo de futuro. Elementos como aquel son el carbón en el horno de la Revolución Tecnológica en curso. Fíjese en su escritorio o en el salón de su casa y descubrirá, sin esfuerzo, una decena de aparatos que se benefician de las propiedades electrónicas y magnéticas de estos elementos. Lo que nos lleva a plantearnos estas preguntas cruciales: ¿dónde están estos elementos y quién los está extrayendo?

China se adelantó al resto del mundo y comenzó la extracción de tierras raras a gran escala. Hoy es el principal proveedor del planeta, lo que convierte además a Pekín en la única capital que puede, de un momento a otro, interrumpir el suministro y frenar la industria de sus rivales.

Los geólogos están de acuerdo en que será necesario encontrar otras fuentes productivas, pero no es fácil. La extracción conlleva un elevado coste medioambiental, con evidentes repercusiones en la fauna y flora regionales, los acuíferos y la salud humana. Nadie quiere una mina en la puerta de su casa, pero incluso el smartphone utilizado para convocar a los manifestantes a una protesta medioambiental tiene entre sus componentes algunos elementos de tierras raras.

Cualquier país con reservas significativas, como el nuestro, tendrá que explotarlas en un futuro a medio plazo, aprendiendo de los errores que otros ya han cometido y no limitándose a exportar una materia prima en bruto. En las tierras raras, como en cualquier otra extracción de minerales, es esencial agregar valor a la cadena de producción para justificar (y pagar) los costes medioambientales resultantes.

Este artículo pertenece al número de Marzo de 2022 de la revista National Geographic.