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Educar y reforestar para proteger la selva

La gringa loca. Así apodaron a Anita Studer algunos de los habitantes de Quebrangulo, un municipio brasileño del estado de Alagoas, en el nordeste del país, en plena mata atlántica. El mote se lo adjudicaron a mediados de la década de 1980, cuando esta conservacionista suiza, tan rubia, menuda y siempre sonriente, empezó a ser una presencia constante en este territorio empobrecido, donde la única salida para sus habitantes, trabajadores a sueldo de grandes hacendados dedicados a la ganadería y al cultivo de la caña de azúcar, era talar el bosque. Esta valiosa selva neotropical, que se extiende por Brasil, Paraguay y Argentina, es una de las más amenazadas del planeta y ha quedado reducida a fragmentos discontinuos. La deforestación, iniciada en el siglo XVII, avanzaba ya por aquellos años ochenta a un ritmo alarmante. Hoy apenas subsiste un 12 % de la masa arbórea original.

En la actualidad ya ha plantado más de ocho millones de árboles de distintas variedades en colaboración con la gente del lugar, que ha aprendido que preservar la selva es la mejor manera de salvaguardar su futuro.

La primera incursión de Anita Studer a este ecosistema selvático se produjo en 1976, cuando, con 31 años, viajó con su marido al extraordinariamente biodiverso bosque de Pedra Talhada para avistar aves, su gran pasión. «Brasil me enamoró nada más llegar –recuerda–. Desde el primer momento me sentí como en casa». Tras aquella toma de contacto inicial, Studer regresó a Ginebra, en su Suiza natal, y acudió al Museo de Historia Natural para consultar bibliografía sobre aves brasileñas. Quería aprender más sobre ellas, pero encontró muy poca cosa. Decidió que en sus próximos viajes fotografiaría todas las especies que viera, y así lo hizo: durante los siguientes años pasó la mitad del tiempo explorando la naturaleza brasileña. Cuando posteriormente se graduó en Ornitología en la Universidad de Nantes, Francia, decidió hacer su tesis doctoral sobre un pequeño pájaro negro de la familia de los ictéridos, una especie endémica de unos pocos estados del nordeste de Brasil, entre ellos Alagoas: el amenazado chango de Forbes (Anumara forbesi), conocido en el lugar como anumará. Y en 1981, acompañada de su director de tesis, el ornitólogo francés Jacques Vielliard, volvió a la selva de Pedra Talhada para estudiarlo al detalle. «Date prisa –le espetó el profesor–, porque en nueve o diez años este bosque desaparecerá y, con él, también el chango». Impactada por esa aseveración, Studer reflexionó. ¿No sería mejor dedicarse primero a salvar este hábitat y, con él, al chango de Forbes y al resto de sus moradores? Aunque entonces aún no lo sabía, ese pensamiento selló su destino para siempre. «Nunca hubiera imaginado que dedicaría el resto de mi vida a preservar el bosque», asegura Anita.

Salvar el bosque significa plantar entre 50 y 100 variedades de árboles, por lo que supervisa bien las semillas (derecha, abajo, seis especies locales).

Para empezar, decidió establecer contacto con los hombres de poder del territorio, hacendados y políticos al mando de un arraigado sistema feudal. «Ser bajita me ayudó, pues desde el primer momento ninguno de ellos me percibió como una amenaza», recuerda Studer, conocida por su buen carácter y simpatía. Pero aunque la escuchaban, no se la tomaban demasiado en serio, no lograba avanzar. ¿Cómo conseguiría, se preguntó, que la gente del lugar se aviniera a preservar la selva de Pedra Talhada? Para la mayoría, la selva no era más que la guarida de animales peligrosos y ladrones y la fuente de la leña que les daba de comer. Studer se percató de que para conseguir su propósito debía poner en marcha un proyecto no solo ecológico, sino también social, que involucrara a los habitantes del lugar. Tras observar que la escuela de Quebrangulo necesitaba ser reconstruida, se le ocurrió proponerle al alcalde, en plena campaña electoral, un pacto que, le aseguró, le granjearía muchos votos: ella obtendría fondos para levantar una nueva escuela si él conseguía que los demás alcaldes de la región firmaran una petición para preservar un fragmento de Pedra Talhada. El alcalde aceptó la proposición y Studer, consciente de que necesitaba recaudar dinero, fundó en 1985 la asociación Nordesta para la reforestación y la educación, con sede en Ginebra y un claro objetivo: preservar los bosques y mejorar las condiciones de vida de las poblaciones rurales en las zonas tropicales.

Anita Studer revisando las semillas para plantar

La escuela fue reconstruida y, paralelamente, con el fin de transmitir esa necesidad imperiosa de proteger la selva, Anita Studer puso en marcha una campaña de educación ambiental para divulgar las bondades de un ecosistema protector, de una gran belleza, que es fuente de agua y está lleno de valiosas especies animales y vegetales. Y lo hizo a través de la música y el arte, uniendo a los artistas con los científicos para hilvanar un mensaje destinado a toda la población, pero en especial a los niños de Quebrangulo, puntal del futuro de este lugar. A ellos les enseñó entonces, y continúa haciéndolo hoy en día, el papel esencial que desempeñan los árboles, sostén de la madre naturaleza.

Seis tipos de semillas de especies locales

«Dejen de talar el bosque de Pedra Talhada, donde emergen hasta 169 manantiales que dan de beber a 300.000 personas, y empiecen a plantar árboles», pidió a los terratenientes. Lentamente su mensaje fue calando y, con el soporte de Nordesta, inició un plan de reforestación que se estrenó con el cultivo de 800 hectáreas. Poco después, en 1989, el Gobierno del país declararía reserva biológica nacional 4.500 hectáreas de Pedra Talhada, y un año más tarde Studer recibía el Premio Rolex a la Iniciativa en reconocimiento a una labor que representa perfectamente los valores de estos galardones desde hace ya más de cuatro décadas: apoyar a personas que, con sus proyectos innovadores, mejoran la vida en el planeta, amplían el conocimiento humano, responden a grandes retos o preservan nuestro patrimonio natural y cultural para las generaciones futuras.

Gracias al tesón de esta mujer llena de energía, los lugareños han replantado ya más de ocho millones de árboles distintos –hasta un centenar de variedades– que se cultivan en viveros en los alrededores. También pueden aprender apicultura, otra herramienta que Studer ha puesto a su disposición para que tengan unos ingresos extra y promuevan el incremento de la polinización. Studer ha construido más de 40 escuelas y centros de capacitación y ha impulsado un programa de becas para jóvenes. Además, gracias a Nordesta, cada año acuden a Quebrangulo voluntarios suizos expertos en distintas disciplinas para aportar aquí su grano de arena.

Hoy, aquel primer proyecto iniciado en Quebrangulo se ha replicado en muchísimas iniciativas repartidas por 14 estados brasileños. Además de Alagoas, en Minas Gerais, Mato Groso, Bahia, Sergipe, Pernambuco, Cearà, Piaui, Maranhao, Tocantins, Parà, Amazonia y Acre.
En estos territorios, Studer ha instalado placas solares para iluminar escuelas, ha promovido una campaña para proteger especies amenazadas y ha puesto en marcha y coordinado investigaciones científicas para estudiar la biodiversidad de la mata atlántica brasileña.

«Paso a paso vamos logrando nuestros objetivos», asegura, optimista, mientras observa el bosque que tanto ama. «Entonces había apenas 300 anumarás en la selva. ¡Hoy se estima que hay unos 3.000!», afirma. Así de poderoso puede ser el brío de una ilusión.

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La conservacionista y ornitóloga suiza Anita Studer fue Laureada de los Premios Rolex a la Iniciativa en 1990. Este artículo ha contado con el apoyo de Rolex, que colabora con National Geographic para arrojar luz, mediante la ciencia, la exploración y la divulgación, sobre los retos que afrontan los sistemas más cruciales que sustentan la vida en la Tierra. Más información en www.rolex.org/es/rolex-awards.

Este artículo pertenece al número de Mayo de 2022 de la revista National Geographic.