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El carbono negro acelera el deshielo de la Antártida

El conocido como carbono negro es uno de los llamados ‘contaminantes climáticos de vida corta’ (CCVC), unos agentes nocivos que tienen un tiempo de vida más corto que el dióxido de carbono (CO2) pero que también aceleran el cambio climático. Este compuesto procede del hollín de origen antropogénico, y se produce principalmente durante la combustión en motores diésel, aunque también es una consecuencia de la quema de carbón y madera o de los incendios forestales. Una vez entra en la atmósfera, es capaz de viajar largas distancias, incluso desplazarse entre continentes. De hecho, se han encontrado en muestras de nieve de regiones remotas del Ártico, de América del Norte, la meseta del Tíbet y el Himalaya. E incluso en la Antártida, donde un estudio científico ha alertado recientemente de las altas concentraciones encontradas en los lugares con alta presencia humana.

Resulta que este agente nocivo no solo causa estragos en la atmósfera, sino que también acelera el deshielo debido al efecto ‘albedo’. Cuando la nieve se derrite, aumentan las superficies más ‘oscuras’, tanto en el océano como en el suelo continental, lo que a su vez provoca una mayor absorción de la radiación solar. Como consecuencia de ello, el deshielo se acelera todavía más, y con este, aumenta el calentamiento. A menos hielo, mayor absorción, y a mayor absorción, más deshielo.

Evidencia científica del problema

Un nuevo estudio publicado recientemente en la revista Nature, ha investigado precisamente la presencia de hollín en un total de 28 emplazamientos distintos distribuidos a lo largo de unos 2.000 kilómetros, entre la zona más septentrional del continente (la isla del Rey Jorge, en una latitud de 62º S) hasta el sur de los montes Ellsworth (79 ºS). Según los datos recopilados, la nieve que rodea las estaciones de investigación y los lugares de desembarco de turistas contiene entre 2 y 4 veces más hollín que en otras partes del continente, lo que está acelerando sobremanera el ritmo del deshielo. En concreto, según el estudio, la pérdida de nieve y hielo aumenta a un ritmo de unos 23 mm por verano. Un deshielo en el que el turismo tiene una parte importante de culpa. De media, cada visitante provoca la fusión de entre unas docenas y centenares de toneladas de nieve. De hecho, solo en la península Antártica, cada visitante provoca la desaparición de 83 toneladas cada verano.

Cada visitante provoca la fusión de entre decenas y cientos de toneladas de nieve. En la península Antártica, cada visitante es responsable de la desaparición de 83 toneladas cada verano.

Más del doble de turistas

Según informan los autores del estudio, durante la última temporada 2019-2020 visitaron la Antártida un total de 74.000 turistas, lo que supone un aumento de un 32% con respecto a la anterior temporada, y más del doble que hace una década. La inmensa mayoría arribaron en barcos a la península Antártica, aunque un pequeño porcentaje lo hizo en avión, desde donde llegaron a destinos del interior del continente.

Y no solo los turistas. Tal y como se explica en el estudio, existen 76 estaciones de investigación en la península Antártida que cada verano acogen a unas 5.500 personas. Los investigadores usan embarcaciones, aviones, helicópteros y generadores que usan combustibles fósiles, lo que consigue agravar todavía más la presencia de hollín.

Estos datos llevan a una conclusión previsible: si queremos salvar la Antártida, será necesario buscar alternativas ecológicas, también en las labores de investigación. Sin embargo hay un atisbo de esperanza y ya se están llevando a cabo proyectos basados en energías limpias. Un ejemplo de ello es la estación de investigación belga Princess Elisabeth Antarctica, que funciona principalmente con energía eólica. Ojalá cunda el ejemplo.

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