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El plan B si nos quedamos sin abejas polinizadoras

Si todo va como la seda en su mundo, una abeja reina vive entre dos y tres años. Pero los apicultores de Estados Unidos han comprobado que esa esperanza de vida se ha reducido a menos de la mitad en los últimos 10 años, y la ciencia trata de averiguar por qué.

Es una de las muchas cuestiones que rodean el misterio de la mortandad de las abejas, un fenómeno inquietante asociado a distintas causas, desde los parásitos hasta el uso de pesticidas y la destrucción del hábitat. Además de producir miel, la abeja europea presta un servicio crucial a la agricultura: la polinización.



Sin ellas, muchos productos se verán afectados. Y, según David Tarpy, entomólogo de la Universidad Estatal de Carolina del Norte, aunque cerca del 90% de los apicultores estadounidenses son aficionados, la mayoría de las colmenas forman parte de operativos comerciales a gran escala.

La disminución generalizada del número de colonias podría acabar teniendo consecuencias devastadoras para la producción de alimentos. Por este motivo, los científicos buscan un plan B.

La mayoría de las abejas europeas que hoy viven en Estados Unidos son de origen italiano y, por ende, vulnerables a un ácaro parásito llamado varroa. Las abejas rusas, en cambio, son más resistentes, y los apicultores do­­mésticos han obtenido buenos resultados con ellas. El problema, según Tarpy, es que estas no fabrican tanta miel como sus primas italianas y «no casan tan bien» con la naturaleza migratoria que entraña la polinización de granjas a gran escala.

Otra opción, apunta Sam Droege, zoólogo del Servicio Geológico de Estados Unidos, es aprovechar los miles de especies de abejas silvestres propias de América del Norte, que son excelentes polinizadoras, rara vez pican y suelen abultar lo que un grano de arroz. La pega, para algunos, es que ninguna de ellas produce miel. Pero, según Droeze, «siempre podemos importarla».