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Fiestas de liberación en Brasil

Último país occidental en abolir el esclavismo después de tres siglos y medio de vigencia, Brasil presenta, 130 años después, una sociedad moldeada por la distancia entre personas de diferentes orígenes, separadas por las desigualdades económicas y de oportunidades sociales.

Para los historiadores que estudian África y sus diásporas, la lógica del problema es simple. «Brasil fue construido por el ingenio y el trabajo de seres humanos arrancados de sus tierras y convertidos en esclavos», dice Erisvaldo Santos, del Departamento de Educación de la Universidad Federal de Ouro Preto, en el estado de Minas Gerais. «Hasta la llegada de la familia real [portuguesa, tras la ocupación napoleónica de Portugal] en 1808, los partos, el cuidado de la salud y el mantenimiento del orden público, por ejemplo, dependían efecti­vamente de los africanos y sus descendientes».

Incluso después de la abolición, argumenta Santos, la eugenesia y la higiene racial siguieron cimentando el proyecto nacional del Brasil de la época. Si bien el etnocentrismo y el racismo ya estaban presentes en los orígenes del sistema colonial desde el siglo XVI, en el XIX «pasaron a ser prácticas efectivas de jerarquización social».

Además, «como forma de sofocar conflictos raciales y evitar que los negros optasen a posiciones de prestigio en la sociedad, a partir de la década de 1930 se desarrolló el mito de la “democracia racial” [una modalidad de racismo camuflado en el seno del sistema liberal democrático]».



Los africanos enviados al Nuevo Mundo encontraron ya desde un primer momento un lenguaje de resistencia. Aunque privados de libertad, no fueron despojados del recuerdo de sus dioses ni de la capacidad de reconocer la fe ajena. De este modo el terreno estaba abonado para que brotase el sincretismo, la fusión entre las creencias africanas y el culto católico del período colonial, así como entre «deidades de etnias separadas por el idioma o por la animosidad de la guerra», dice el fotógrafo Ricardo Teles.

En un proyecto que ha bautizado con el nombre de «Encantados», Teles pone la mirada en la particular cultura afrobrasileña, fruto de diversas influencias económicas, tribales y religiosas. «Aquellas poblaciones, arrebatadas a la fuerza de su entorno natural y social, adaptaron sus costumbres al nuevo medio».

Pero la presencia de los negros en Brasil, alerta Santos, no puede entenderse solamente en clave de sincretismo. Con la baja densidad de población europea, «los africanos consolidaron la lengua portuguesa, desarrollaron la arquitectura, la música y las artes a partir de modelos y repertorios que fueron reinterpretados. Todo ese legado sigue sin formar parte de la memoria de los brasileños, que por norma general seleccionan apenas algún que otro elemento cultural suelto para referirse a la herencia africana».

Religiones afroamericanas

En fin, largo es el camino hacia una sociedad con mejor simetría social entre personas de diferentes colores, y Santos, que es pai de santo –o sacerdote– del candomblé (una de las religiones afroamericanas) en Contagem, en el estado de Minas Gerais, lo siente a flor de piel. Conciliar el papel de investigador con el de pai de santo no siempre es tarea fácil: en el ámbito académico impera la dicotomía entre el saber tradicional y el tecnológico.

«En la lógica del positivismo científico, las prácticas religiosas constituyen un retraso cultural –reconoce Santos–. Lo que hago es poner de manifiesto los problemas existentes e insistir en el diálogo como estrategia positiva de convivencia y afirmación de la alteridad».