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La lotería en España: una fiebre del siglo XVIII

El 30 de septiembre de 1763 Carlos III promulgó un decreto en el que declaraba su firme propósito de controlar la práctica de los juegos de azar en España: "Prohíbo que las personas estantes en estos reinos, de cualquier calidad y condición que sean, jueguen, tengan o permitan en sus casas los juegos de banca o faraón, baceta, carteta, banca fallida, sacanete, parar, treinta y cuarenta, cacho, flor, quince, treinta y una envidada, ni otros cualesquiera de naipes que sean de suerte y azar". Sólo un juego gozaba del beneplácito del monarca ilustrado, precisamente el que había decidido introducir en España en virtud de ese mismo decreto: la lotería. Si la prohibición de los otros juegos cayó en saco roto, el de la "lotería de Madrid", como empezó llamándose, emprendería enseguida una carrera de éxito que dos siglos y medio más tarde aún no se ha detenido.

La lotería encajaba a la perfección en la política de incremento de tasas e impuestos y de establecimiento de monopolios

Desde mediados del siglo XVII, en diversas ciudades italianas se habían desarrollado loterías públicas llamadas lotto –término derivado del francés lot o "lote"–. Carlos III, en el período en que fue rey de Nápoles (1734-1759), conoció la lotería que existía allí desde 1682, y fue ese modelo el que quiso establecer en España cuando volvió en 1759 para ocupar el trono tras la muerte de su hermano Fernando VI. La razón de su interés es fácil de entender: la lotería constituyó una preciada fuente de ingresos para la monarquía, y encajaba a la perfección en la política de incremento de tasas e impuestos y de establecimiento de monopolios –como el de la venta de tabaco– que Carlos III aplicó al subir al trono.

El truco del fin benéfico

La aprobación del juego de la lotería no fue una operación sencilla. Carlos III hizo venir de Nápoles al experimentado director de la lotto napolitana, José Peya, para poner en marcha la lotería española. También llegaron de Italia muchos "posteros", los dueños de los puestos en los que se vendían los billetes y que estaban sometidos a una estricta reglamentación, a fin de prevenir fraudes. Por otra parte, el éxito de la lotto en Italia había provocado críticas por parte de la Iglesia, hasta el punto de que en 1728 Benedicto XIII prohibió jugar bajo pena de excomunión, aunque tan sólo tres años más tarde el mismo pontífice auspició una lotería propia. Para anticiparse a este tipo de críticas, Carlos III anunció en el decreto fundacional que la nueva lotería tenía una finalidad puramente benéfica, pues debía servir para sufragar "hospitales, hospicios y otras obras pías y públicas". La conversión de la monarquía española en regulador máximo y punitivo del marasmo jugador se completó en 1774, cuando se prohibieron las loterías extranjeras.

El funcionamiento de esta primera lotería guarda semejanzas con el de la actual lotería primitiva; de hecho, fue conocida con este último nombre para distinguirla de la "lotería moderna" aparecida en 1812 (ambos sistemas convivirían hasta la desaparición de la primitiva en 1862).

En el lenguaje popular se decía "caer el terno" como en la actualidad "tocar el gordo"

El juego era relativamente complicado, lo que explica que se publicaran manuales para los jugadores, incluido uno del primer director de la lotería, José Peya, titulado Demostración en que se da un método fácil para jugar a la nueva Lotería. Había un total de 90 números posibles, de los que salían cinco premiados, llamados "extractos" porque en el sorteo se extraían de un arca las bolas con números. Existían diversas modalidades de apuesta. El "extracto simple" daba premio cuando salía el número elegido. En el extracto "determinado" debía acertarse el número y la posición en la que saldría (primero, segundo). Para jugar un "ambo" se escogían dos números, y para el "terno" se elegían tres. Esta última apuesta daba el premio más suculento, de modo que en el lenguaje popular se decía "caer el terno" como en la actualidad "tocar el gordo".

Juego para entendidos

Los jugadores también podían hacer combinaciones de apuestas, escogiendo varios números y apostando todas las combinaciones de ambos y ternos con ellos, además de apostar a los extractos. El jugador decidía la cantidad que quería apostar en cada modalidad. La cuantía del premio era fija y no consistía en una proporción de la cantidad recaudada en cada sorteo, a repartir entre posibles acertantes, sino que dependía de la suma apostada y se calculaba a partir del inverso de la probabilidad de acertar en cada modalidad de apuesta. Si el riesgo de pérdida económica que corrían los jugadores era grande, también lo era el que asumía la real hacienda, pues era posible que las apuestas se concentraran sobre determinados números. Para evitar esos premios gigantescos, se recurría al "cerrado" de estos números muy demandados por el público, de modo que no se aceptaban más apuestas sobre ellos.

El riesgo de pérdida económica que corrían los jugadores era grande, y también lo era el que asumía la real hacienda

Muchos testimonios dan cuenta de la popularidad que alcanzó la lotería. Por ejemplo, un sainete de 1791 titulado El día de la lotería recrea cómo vivían unos vecinos de un barrio popular las vísperas de un sorteo. "Todo sea festejo, / todo alegría, / que esperamos nos caiga / la Lotería", empiezan cantando. Un estudiante trata de convencerlos de que apuesten a cinco números: 6, 15, 90, 1 y 86, asegurándoles que sabe que saldrán gracias a determinadas técnicas secretas, entre ellas las "esmorfias", la adivinación a través de los sueños. Se aseguraba, en efecto, que determinadas figuras que aparecían en sueños tenían valores numéricos precisos (un sol, por ejemplo, equivalía a 2).

En el sainete, los vecinos y vecinas sueñan que pronto no tendrán que trabajar más ("Yo no vuelvo a bordar cofias. / Yo no hilo más. / Ni yo tejo encajes. / Ni yo cordones"). Luego la acción se traslada a una calle en la que hay "una puerta de Lotería con la tablilla y papel de números". Llega un correo a caballo y la gente lo rodea para que lea en voz alta los números premiados: 20, 9, 70, 7 y 5. "Perdimos nuestro dinero", dice una mujer. "Hijas, a otra, y conformarnos", responde otra. Varios preguntan: "¿Me cayó el terno?". Una vecina se confunde y cree que en efecto había "ganado un terno", hasta el punto de que tira por el balcón sus muebles y enseres viejos esperando que los podrá sustituir por otros nuevos ese mismo día (la expresión "tirar la casa por la ventana" viene de entonces). Pero al volver a casa su marido la desengaña: "No hay terno, ni un número he acertado", tras lo que ella se desmaya.

La lotería nacional

Según algunos autores, la incertidumbre en la administración estatal de lotería fue, junto con las estrecheces fiscales, uno de los factores que llevaron a las Cortes gaditanas de 1812 a aprobar una nueva modalidad de lotería, más previsible y de grandes posibilidades recaudatorias: la lotería de billetes fragmentados en décimos, conocida como "holandesa", "moderna" o simplemente "lotería nacional". A cambio de diez reales, el poseedor obtenía "cuarto de billete para el sorteo duodécimo, que se ha de celebrar en Cádiz el 18 de diciembre". Dos semanas antes, el 6 de diciembre, las Cortes habían autorizado al gobierno de la regencia a hacer extensivo "a donde crea más útil y ventajoso al erario el establecimiento de la lotería nacional". La nueva denominación indica que a partir de entonces no era el rey, sino la nación el sujeto pagador. La lotería nacional fue un producto de la guerra y la revolución liberal.