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La Sagrada Familia será en 2026 la iglesia más alta del mundo

Barcelona crecerá en vertical durante los próximos meses a un ritmo aproximado de tres metros por día. Es la altura que proporcionarán los paneles pretensados que, milimétricamente ensamblados, culminarán la torre de Jesucristo. Con ella se dará por finalizada la última de las 18 torres proyectadas en la Sagrada Familia, que mar­­cará también la cota máxima de la basílica: 172,5 metros, una altura que en Barcelona solo exceden la montaña de Montjuïc y el Tibidabo. ¿Por qué este límite? Antoni Gaudí, la mente que concibió el templo hace algo más de un siglo, lo tenía muy claro: «la obra del hombre no debe superar jamás la obra de la naturaleza».

El sueño de Gaudí ya tiene fecha de finalización: 2026. Exactamente 144 años después de su inicio y en el centenario de la muerte del genio que la hizo posible. Para entonces, además de la impresionante torre de Jesucristo, que contará con un ascensor de cristal para acceder a la cruz situada en su cima, las torres de los cuatro evangelistas se habrán elevado hasta los 135 metros y se habrá terminado de erigir la torre de María, cuya función es conducir la luz hasta el altar. Se espera que estas seis torres centrales estén finalizadas para 2022. En cuatro años más se habrán culminado diferentes detalles arquitectónicos y la última fachada, la de la Gloria, la puerta principal del templo. En ese momento, en 2026, la silueta de la basílica habrá visto pasar cinco generaciones de visitantes y nueve arquitectos diferentes.

Lacota máxima de la basílica: 172,5 metros, una altura que en Barcelona solo exceden la montaña de Montjuïc y el Tibidabo.


«Mi cliente no tiene prisa», dicen que respondió el maestro Gaudí cuando le preguntaron por los plazos de aquel templo expiatorio que comenzó a alzarse hace casi un siglo y medio en un solar a las afueras de Barcelona. Él tampoco parecía tenerla. Aunque murió antes de lo previsto –como todos los genios–, y para entonces llevaba ya 40 años de su vida dedicados a la construcción de la que sería su obra magna, el joven y visionario arquitecto que había concebido un proyecto colosal mezclando los textos sagrados con las líneas perfectas de la naturaleza sabía, como los maestros de las grandes catedrales góticas, que jamás la vería terminada.

Quizá por eso dejó maquetas modeladas en yeso que permitían prever su magnitud y sus volúmenes, junto a exhaustivos apuntes y una legión de entregados colaboradores que podían dar fe de los cálculos y complejos desarrollos geométricos no utilizados hasta entonces. Gaudí sabía que los que vinieran detrás de él, sus herederos, tendrían que reinterpretar su mente cuando él ya no estuviera.

Pese al incendio que destruyó el taller de Gaudí en 1936, Jordi Faulí, el arquitecto responsable de las obras, afirma que la documentación heredada ha permitido continuar los trabajos durante todo este tiempo con la seguridad de estar siguiendo el camino trazado por su creador. «Gaudí concibió la globalidad del edificio en dibujos de conjunto; y en maquetas, el detalle de partes muy importantes para que sirvieran de modelo para otras partes análogas. También describió todo el simbolismo cristiano que contiene».

El sueño de Gaudí


¿Será entonces el resultado final fiel al sueño de Gaudí? «Reflejará su proyecto tal y como lo han interpretado sus sucesores», matiza Faulí, quien señala que el anhelo de acertar en las decisiones tomadas supone «una importante responsabilidad» para todo el equipo heredero de este sueño colectivo.

Hay también cambios imprevisibles, «cosas que Gaudí no podía prever», apunta Albert Portolés, responsable del taller de modelistas que diseñan y proyectan a escala cada una de las piezas que se alzan formando parte de este puzzle imposible. «Nos toca a nosotros tomar decisiones para adaptarnos a las normativas municipales sobre seguridad o sencillamente al entorno de una ciudad que ha crecido y ha cambiado», añade. Tampoco podía Gaudí imaginar que en la actualidad impresoras 3D diseñaran las piezas que él entonces modelaba en moldes de yeso.



«La tecnología no modifica el proyecto, solo acelera su ejecución. Gracias a ella nuestra generación podrá verlo terminado», afirma Portolés, quien destila pasión cuando habla de un proyecto al que lleva ligado toda su vida profesional. Empezó con 16 años, enderezando los clavos torcidos para poder reutilizarlos y «estirar» así un dinero que, a base de donativos, afortunadamente nunca ha dejado de llegar. Sea por motivos artísticos o religiosos, las donaciones y las visitas se suceden ininterrumpidamente en un templo que no recibe ninguna otra subvención. Estas suponen una inyección económica que alcanza ya los 50 millones de euros anuales y que permite garantizar la culminación de un sueño.

Quizá Gaudí lo imaginara y por ello tratara de implicar a las generaciones venideras mediante una genial ma­niobra de marketing: en lugar de proyectar las naves en horizontal, como se hace con cualquier edificio, optó por culminar una alzada, la fachada del Nacimiento. La singularidad de sus líneas, la curiosidad que despertaba, sería su mejor tarjeta de presentación y lo que mucho tiempo después aseguraría la viabilidad del proyecto. «Vendrán gentes de todo el mundo para ver lo que estamos haciendo», profetizó el maestro. Más de cien años después, casi cuatro millones de turistas anuales dan verosimilitud a sus previsiones. E incluso –nos atrevemos a pensar– seguramente las excedan con creces.

Las obras de la Sagrada Familia en la actualidad



En la actualidad las obras conviven con el horario de culto, misas en cinco idiomas, un ritmo de visitantes diarios que alcanza las 15.000 personas y el intenso tráfico de la calle Mallorca, una importante y céntrica arteria de la ciudad. «Nada de esto se podía prever hace más de un siglo», señala Portolés.

Una vez más la tecnología ha brindado a sus sucesores soluciones que, imaginamos, el propio Gaudí habría recibido con complacencia. La más impresionante es la construcción de los paneles que conforman las torres, un conglomerado de piedra y acero de hasta cinco metros de altura, que se construyen a 80 kilómetros de la basílica y a ras de suelo, disminuyendo ostensiblemente los embotellamientos y reduciendo los riesgos inherentes a la construcción. Las voluminosas piezas llegarán a la catedral únicamente para ser ensambladas, como en un gigantesco Lego. Será así como barceloneses y visitantes podrán contemplar desde ahora hasta 2022 cómo la basílica crece, literalmente, ante sus ojos.