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Logros de la preservación natural y cultural de 2021

RAYOS DE LUZ EN UN AÑO OSCURO

Cuando aquel grupo de 16 elefantes asiáticos empezó a desplazarse hacia al norte, nadie sabía a dónde se dirigía ni por qué. Al principio no se le dio demasiada importancia. A veces los elefantes salen de la Reserva Natural Nacional de Xishuangbanna, en la provincia sudoccidental china de Yunnan, pero siempre regresan.

Esta vez no.

Durante 16 meses se dedicaron a saquear cultivos, darse baños de barro y recorrer un total de 500 kilómetros en dirección norte hasta llegar a la capital de la provincia, Kunming, una enorme ciudad de ocho millones de habitantes. Por el camino saltaron a la fama mundial y pusieron en aprietos a las autoridades chinas. Los daños materiales que causaron rondaban el medio millón de euros, y no podía descartarse que en cualquier momento algún elefante embistiese a un humano curioso.

La respuesta expeditiva hubiera sido sedar a los enormes probóscidos y retornarlos a la reserva.

Pero ese plan entrañaba cierto riesgo para aquella manada, en especial para las tres crías. De manera que las autoridades decidieron movilizar a un grupo de emergencia para garantizar la seguridad de todos los implicados, tanto elefantes como humanos. Utilizaron drones para seguir todos los movimientos de la manada y toneladas de maíz, piñas y plátanos a modo de cebo para alejarla de las ciudades. Se valieron de vallas eléctricas, barreras viarias y nuevas sendas para encarrilarla por rutas más seguras. Al final toda esa batería de medidas movilizó a decenas de miles de personas y costó cientos de miles de euros.

En un año desgarrado por el cambio climático, los conflictos y la COVID-19, habrá quien opine que llegar a semejantes extremos para salvar a una familia de elefantes fue tirar el dinero. Otro tanto podría decirse de buscar una especie de rana desconocida en unas montañas que nunca se habían escalado, o de construir nuevos museos, o de rellenar con mortero las grietas crecientes de los megalitos prehistóricos de Stonehenge.

Pero conservar nuestro patrimonio natural y cultural –como también cualquier iniciativa que busque curar las enfermedades y acabar con las guerras– es una forma de fomentar el bien en el mundo. La fauniflora y los restos arqueológicos son tan importantes para nuestro bienestar como la salud y la paz. Son el telón de fondo ante el que se desarrollan nuestras vidas y nos ayudan a comprender nuestras propias historias. Proporcionan contexto a nuestra existencia. Son nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro.

Y, de todos modos, no son alternativas mutuamente excluyentes. Como ha quedado demostrado en 2021, podemos proteger a los elefantes y desarrollar vacunas al mismo tiempo. Podemos estabilizar Stonehenge y enviar ayuda a las zonas catastróficas.

Las iniciativas de conservación han sido un rayo de luz en un año por lo demás sombrío. No significa esto que la crisis de la biodiversidad esté superada. Todavía se extinguen especies de animales y plantas a un ritmo alarmante; muchos ecosistemas siguen desmoronándose. Por no hablar del daño que sufren muchos yacimientos milenarios a causa de una larga lista de factores, desde el cambio climático hasta los bombardeos.

​No son alternativas excluyentes. Podemos proteger a los elefantes y desarrollar vacunas, estabilizar stonehenge y enviar ayuda a las zonas catastróficas.

Pero también hemos dado grandes pasos en la protección del patrimonio mundial. Hemos sacado el atún rojo de la Lista Roja de Especies Amenazadas de la UICN. Nos hemos pensado mejor los planes de perforar un refugio ártico en busca de petróleo. Hemos visto cómo se devuelven a Iraq millares de piezas saqueadas y cómo el pueblo arrente del centro de Australia recupera sus objetos sagrados. Y hemos logrado convencer a una familia de elefantes de que pongan fin a su largo y peligroso viaje y regresen a su hogar.

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«Ahora que 2021 llega a su fin, temo por el estado de la naturaleza, pero también siento esperanza», dice la Exploradora de National Geographic Gladys Kalema-Zikusoka, fundadora y directora general de Conservation Through Public Health. Su colectivo es una organización ugandesa sin ánimo de lucro que fomenta la conservación de los gorilas, la salud de las comunidades y los medios de vida sostenibles para las personas que viven en las inmediaciones de los parques y reservas nacionales.

«Tengo miedo, porque la naturaleza está cada vez más amenazada –dice–, pero también tengo esperanza, porque los patrones meteorológicos extremos que estamos experimentando y la conmoción de la pandemia de la COVID-19 [están] concienciando al mundo sobre estos riesgos y la necesidad de actuar al respecto».

En noviembre los elefantes habían vuelto a casa sanos y salvos, comunicaba la Administración Nacional de Bosques y Pastos de China. Aún no está claro qué los llevó a marcharse, pero una hipótesis apunta que el aumento de la población de elefantes de la provincia de Yunnan los obliga a expandir su territorio.

Podría verse como una buena noticia para esta especie amenazada. Pero la historia del viaje de esta familia de elefantes también pone de manifiesto otra cosa: que el mundo creado por los humanos y el mundo creado por la naturaleza están inextricablemente unidos, para bien o para mal.

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Este artículo pertenece al número de Enero de 2022 de la revista National Geographic.