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Natacha Rambova, de musa de Valentino a especialista en el antiguo Egipto

Natacha Rambova –cuyo auténtico nombre era Winifred Kimball Shaughnessy– es una de esas mujeres cuya vida bien merece una novela. Nació en el seno de una familia adinerada de Salt Lake City (EE. UU.) y se educó en una prestigiosa escuela británica. Apasionada de la danza, se incorporó al ballet imperial ruso en 1914, dando después el salto a Hollywood, donde desarrolló otra de sus facetas artísticas: la de diseñadora de vestuario en filmes históricos, como los dirigidos por Cecil B. De Mille.

En este mundillo hollywoodiense conoció Natacha al que se convertiría en su marido en 1922, el galán de moda del momento: Rodolfo Valentino. Muchos dicen que detrás de la creación del personaje de latin lover que encarnó Rodolfo Valentino estaba la mano de su esposa, pero aunque Natacha se dedicó en cuerpo y alma a la carrera de su marido, el matrimonio se rompió en 1926.

A partir de entonces, Natacha mostró un enorme interés por las religiones antiguas y el simbolismo, y viajó a Egipto por primera vez en 1935, donde conoció a Howard Carter, el famoso descubridor de la tumba de Tutankhamón. En esta nueva etapa de su vida, dedicada al estudio, Natacha trabajó desde 1946 para la Fundación Bollingen con una beca que le permitió estudiar la decoración de los escarabeos egipcios y también colaboró con el egiptólogo ruso Alexander Piankoff en la edición y publicación de algunas obras sobre tema religioso.

Natacha reunió a lo largo de su vida una importante colección de objetos, entre ellos un pectoral y un amuleto que representa a un enano pateco, divinidad asociada a los artesanos, que ahora pertenecen a los fondos del Museo Egipcio de Barcelona.

Ésta es sólo una de la cincuentena de fascinantes historias que recoge la exposición Pasión por el Egipto faraónico, que puede verse hasta el 31 de diciembre de 2018 en el Museo Egipcio de Barcelona. Esta muestra, resultado de una minuciosa investigación, ha sido organizada para conmemorar los 25 años de la Fundación Arqueológica Clos y revela al público la peripecia, a veces novelesca, de más de un centenar de piezas y el modo en qué acabaron incorporándose a los fondos del museo.