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Paracaídas: el reto del salto al vacío

Durante siglos los hombres habían fantaseado con la posibilidad, si no de volar como un pájaro, al menos de saltar desde una altura y descender suavemente gracias a algún tipo de sistema que amortiguara la caída. Al parecer, se hicieron ensayos en la China antigua, la España musulmana o la Italia del Renacimiento. Pero el estudio sistemático que llevó a la creación de paracaídas eficaces se desarrolló tras el invento del globo aerostático, en 1783, por parte de los hermanos Montgolfier.

Ellos mismos colocaron varios corderos en cestas atadas a una campana de tela para arrojarlos desde un edificio de 35 metros de altura en Aviñón. Ese mismo año, su compatriota Louis-Sébastien Lenormand saltó con éxito desde lo alto del observatorio de Montpellier agarrado a una anilla atada con 12 cuerdas a una tela de lana de dos metros de diámetro. Lenormand inventó la palabra parachute, del griego «para» (contra) y del francés «chute» (caída), para denominar ese artilugio.

En los años siguientes hubo numerosos ensayos, pero se suele considerar a Jacques-André Garnerin como el creador del diseño definitivo del paracaídas. Nacido en París en 1769, Garnerin estudió física y luchó en las guerras revolucionarias. Al caer prisionero de los austríacos, pensó que un paracaídas le serviría para saltar el muro de la prisión y evadirse. En 1797, ya en libertad, construyó su primer prototipo: una cúpula de seda de siete metros de diámetro, sin bastidor rígido en los bordes, unida a una cesta mediante un mango central como el de un paraguas y 12 cuerdas atadas al borde de la tela.

El primer descenso

El 22 de octubre de 1797, Garnerin hizo su primer salto en el parque de Monceau de París. Según relató el astrónomo Joseph Lalande, sujetó el paracaídas a un globo de hidrógeno por medio de una cuerda y, tras ascender hasta 900 metros, «cortó el cabo, el globo explotó y el paracaídas descendió rápidamente, aunque haciendo un movimiento de oscilación tan espantoso que un grito de terror escapó a los espectadores y algunas mujeres sensibles se sintieron mal. Entretanto el ciudadano Garnerin se posó en el parque, en medio de una inmensa multitud que mostró su admiración por el talento y la valentía de este joven aeronauta».

Entre los espectadores se encontraba Jeanne-Geneviève Lambrose, de 22 años, que se convertiría en alumna y esposa de Garnerin, y que en 1799 fue la primera mujer paracaidista. El mencionado Lalande sugirió más tarde a Garnerin una solución para evitar las violentas oscilaciones del paracaídas: abrir un pequeño agujero en la bóveda de tela para que el aire fluyese suavemente. Sólo faltaba eliminar el innecesario mango de paraguas para llegar al diseño definitivo.

Garnerin realizó decenas de exhibiciones de su invento. En 1802, tras la firma de la paz de Amiens entre Napoleón y los británicos, cruzó el canal de la Mancha en un globo y descendió en paracaídas sobre suelo británico desde 2.400 metros de altura. Por suerte para los ingleses, Napoleón no repitió la expedición con miles de compatriotas bien armados tras la ruptura de la paz un año después. Tuvieron que pasar 138 años más hasta los primeros ataques con unidades de paracaidistas, durante la segunda guerra mundial.

En 1877, Thomas Baldwin inventó el primer arnés para sujetar el paracaídas al torso, y en 1890 se ideó la forma de llevarlo a la espalda, empaquetado en una mochila dotada de otro paracaídas más pequeño que se abre primero y tira del principal para sacarlo. A partir de 1903, el desarrollo de la aviación abrió nuevas posibilidades de uso, empezando por la de que los pilotos lo llevaran para salvarse en caso de accidente.