En 1997, apenas el 1 % de las aguas territoriales españolas –que abarcan una superficie aproximada de un millón de kilómetros cuadrados, el doble que la terrestre– eran áreas marinas protegidas. Algo parecido sucedía en el mundo entero, donde solo estaba protegido el 0,10 % de la superficie de los océanos, que ocupan 361 millones de kilómetros cuadrados (el 70 % del planeta). Fue el año en que perdíamos a Jacques Cousteau, inventor, biólogo y el mayor divulgador de los secretos del mar: él nos mostró como nadie sus maravillas y alertó de la grave degradación que sufrían los ecosistemas marinos. También se confirmaba en el Pacífico Norte la existencia de un colosal vertedero de plástico del tamaño de Francia. En 1998, a instancias de Naciones Unidas, se celebró el Año Internacional del Océano para recalcar la vital importancia del medio marino para el sostén de la humanidad.

En estos 25 años las presiones ambientales sobre el mar han ido a más. Las capturas pesqueras han aumentado un 14 % desde la década de 1990 y la producción en acuicultura se ha incrementado un 527 %. El mar se ha convertido además en un nicho de negocio para muchos sectores: turismo, transporte, energía, biotecnología… un sinfín de actividades que causan estragos en las especies y los ecosistemas marinos. Afortunadamente, los compromisos internacionales para protegerlos son cada vez más sólidos. En el ámbito europeo destaca la Red Natura 2000, una red de áreas de conservación de la biodiversidad en cuyo marco se han desarrollado en nuestro país dos importantes programas LIFE, Indemares e Intemares, que han permitido que desde 2015 hayamos pasado de ese exiguo 1 % de áreas marinas protegidas a un 8,5 %: 12 reservas gestionadas a nivel estatal y 16 autonómicas. Si añadimos a eso el corredor de migración de cetáceos del Mediterráneo, no incluido en la Red, el porcentaje final alcanza el 12,23 %, muy por encima de la media europea, de un 4 %, y del 6,3 % mundial. Sin duda hemos avanzado, pero de forma claramente insuficiente. «Aún estamos muy lejos de conseguir lo que se propuso en los Acuerdos de París: preservar el 30 % de los mares en 2030», dice Óscar Esparza, experto en áreas marinas protegidas de WWF España. En nuestro país, añade, se pretende que de ese 30 %, un 10 % sean reservas integrales, una buena iniciativa que deberá ir acompañada de una gestión efectiva. Para Esparza, ese es uno de los grandes problemas que debemos resolver para que las figuras de protección legal no queden en mero papel mojado.
Las cofradías de pescadores, cada vez más involucradas en la protección de ese mar que les procura el sustento, tienen motivos de preocupación. Ya en los años noventa la producción de pescado alcanzaba récords peligrosos. Entonces eran más de 120 millones de toneladas mundiales, que según los últimos datos de la FAO ascendieron a 179 millones de toneladas en 2018. Actualmente solo el 65 % de los stocks de peces se mantiene dentro de unos niveles de sostenibilidad. Pese a ello, comemos cada vez más pescado y marisco: en los años noventa un español consumía una media de 41,4 kilos anuales, frente a los 46,2 de hoy, más del doble que la media mundial, que está en 20,5 kilos por persona. En el ínterin, la población mundial ha sumado 2.000 millones de personas. La mitad vive a menos de 200 kilómetros de la costa y el 61 % del PIB global proviene del océano y de la franja terrestre situada a menos de 100 kilómetros del litoral. ¿Hemos dado grandes pasos? Sí. Pero los retos que tenemos por delante son colosales.
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Este artículo pertenece al número de Junio de 2022 de la revista National Geographic.