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Una semana por la provincia de Cáceres

Para disfrutar de Cáceres es casi innecesario planear. Aunque es la provincia más grande de España, sus distancias permiten la improvisación, viajar a golpe de intuición. Basta con elegir una base de operaciones desde la que salir a explorar. Sin prisa, porque Cáceres invita a viajar con calma, disfrutando de sus sierras y sus valles, de sus bosques y dehesas, de su gastronomía y de su gente.

Norte de Cáceres

¿Por qué no empezar nuestra ruta en el norte de la provincia? Vistamos Granadilla, un pequeño pueblo con una historia trágica. Fue un importante enclave medieval pero sus tierras fueron inundadas con la construcción del embalse de Gabriel y Galán en los años 60. Aunque las casas quedaron por encima del nivel del agua, sus tierras no escaparon y fueron anegadas. Sin prados ni tierras de labranza, los habitantes de Granadilla se quedaron sin medio de vida y poco a poco abandonaron el pueblo.
Pero esa vida ahora vuelve a llenar sus calles gracias a la restauración que llevan a cabo estudiantes de secundaria de toda España. Visitarla deja una mezcla de sensaciones: maravillan las bonitas casas medievales, sus plazas, los huertos, el castillo; pero también atraen los techos derrumbados, las frágiles fachadas que se tambalean, los patios comidos por la vegetación.

A Granadilla se llega por una carretera que atraviesa un paraje natural extraño porque también es fruto de la reconstrucción. Dehesa y pinares conviven con eucaliptos extraños en esta pequeña península que se introduce en el embalse. En el extremo, a salvo por poco del agua, se encuentra el pueblo amurallado que, atención, tiene horario de visita.

También medieval es el pueblo de Hervás. El valle del Ambroz ha sido el paso natural hacia el norte y todavía hoy lo sigue siendo. La romana Vía de la Plata llegaba hasta Astorga y la moderna A-66 llega, casi en paralelo, hasta Gijón. Antes de que la autovía penetre en tierras salmantinas, nos encontramos con Hervás, a orillas del río que da nombre al valle.

Lo más conocido de Hervás es su judería, de calles retorcidas y estrechas, sin salida, que caen en pendiente hasta el río, donde vivieron unas 40 familias judías hasta su expulsión en 1492. Ya no queda casi rastro de la sinagoga pero otras casas resisten y mantienen su arquitectura tradicional. Algunas fachadas están cubiertas por tejas colocadas en vertical para proteger las viviendas de la lluvia. En sus puertas, se alternan los carteles de “Se vende” con los nombres de apartamentos turísticos.

Desde la iglesia de Santa María, las vistas de Hervás son espectaculares: el pueblo a nuestros pies y la sierra que sirve de telón de fondo

En la parte más alta de la ciudad se encuentra la iglesia de Santa María, construida sobre los cimientos del castillo templario. Desde allí, las vistas son espectaculares: el pueblo a nuestros pies y la sierra que sirve de telón de fondo. Pero Hervás no es sólo historia, también tiene mucho presente y un tímido pero sólido movimiento cultural se abre paso en rincones como la calle Travesía Maxedo, en el que una vieja cabina de teléfonos se ha convertido en una minúscula galería de arte, o el acogedor espacio Teresa Gibello, en el que se pueden encontrar obras de diversos artistas extremeños.

Valle del Jerte y Plasencia

Desde Hervás, cambiamos de valle. Subimos por los montes de Traslasierra para cruzar hasta el valle del Jerte a través del puerto de Honduras. Pero antes hay que disfrutar de una última maravilla de Hervás: su castañar, uno de los más importantes de Europa. Si se va con tiempo, la mejor opción es perderse por sus senderos, llegar hasta el vecino pueblo de Gargantilla o incluso subir hasta el puerto de Honduras andando (es exigente pero se disfruta).

Pero, si no, la carretera CC-102 recorre la ladera esquivando altísimos árboles, en un slalom divertidísimo para quien disfrute de la conducción con curvas. Eso sí, con cuidado porque además es fácil encontrarse a ciclistas. Una vez arriba, el valle del Jerte se despliega ante nuestros ojos con la sierra de Gredos al fondo. Si vamos en primavera, los cerezos cubren de blanco las laderas, no como un manto, sino más bien como suaves pinceladas de un pintor impresionista.

El descenso nos lleva directamente a la N-110 que recorre el valle de principio a fin en paralelo al río y nos permite ir haciendo parada en sus principales municipios, en especial Cabezuela del Valle y su pintoresco casco antiguo. Otra opción es abandonar la carretera principal y adentrarse en los cerezales por las distintas vías secundarias. El final del camino es, en cualquier caso, Plasencia, puerta de entrada del valle del Jerte.

Plasencia vive a la sombra de Cáceres y de Trujillo, pero su casco histórico merece un buen paseo. Dentro de las murallas que, aún resisten, encontramos joyas como su catedral, que en realidad son dos a medio construir, la Nueva y la Vieja, que aúnan los estilos románico, gótico, renacentista y barroco. O curiosidades como el Abuela Mayorga, el autómata que da las horas en el reloj del ayuntamiento.

La ciudad de Cáceres

Llegar a Cáceres capital desde Plasencia es una hora de coche venciendo a la tentación de desviarse para disfrutar de más naturaleza en el Parque Nacional de Monfragüe, del arte vanguardista en el Museo Vostell Malpartida o de hacer una para rápida en Casar para disfrutar de su queso y echar un ojo a su curiosa (y valiente) estación de autobuses diseñada por Justo García Rubio y que los lugareños llaman “La patata frita”.

Cáceres tiene un centro histórico reconocido por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad y también por las productoras de cine

Cáceres tiene un centro histórico reconocido por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad y también por las productoras de cine, que aprovechan su rico patrimonio medieval y renacentista para dar vida a ciudades como Desembarco del Rey en Juego de Tronos. Ver un mapa de la ciudad vieja puede ser abrumador: mires donde mires te encuentras con casas-fortaleza, palacios, iglesias, torres y museos.

Hacer una lista es imposible. Como en los agradecimientos de los premios, siempre te vas a dejar algo: subir a la torre de Bujaco, pasear por los adarves de la muralla, darse una vuelta por la judería, asombrarse con el palacio de los Golfines de Abajo (los Golfines de Arriba también tienen el suyo) o descansar en los jardines de Doña Cristina de Ulloa a los pies de la iglesia de San Francisco Javier. Para culminar la visita, cruzamos la puerta de Mérida que atraviesa la muralla para disfrutar de una cerveza artesana en la terraza de Las Claras (plaza de Santa Clara).

Montánchez de camino a Trujillo

En lugar de coger la autovía directa a Trujillo, proponemos un pequeño desvío para asomarnos al balcón de Extremadura que no es un balcón sino un espectacular castillo almohade en ruinas. Se encuentra en la parte alta de la localidad de Montánchez y desde sus antiguas murallas las tierras extremeñas se despliegan hasta donde llega la vista. Un poco más abajo, en la misma ladera, construido en terrazas, está su tranquilo cementerio que merece una visita.



Un último desvío antes de ir a Trujillo. Vamos hasta la vecina población de Alcuéscar y desde allí una carretera rural nos lleva, entre alcornoques, hasta la basílica de Santa Lucía del Trampal. Es una de las pocas construcciones visigodas que han resistido en el sur de la Península y su arquitectura es única, muy bien acompañada por el paisaje de la sierra del Centinela.

La basílica de Santa Lucía del Trampal. Es una de las pocas construcciones visigodas que han resistido en el sur de la Península

Llegamos por fin a la etapa final de nuestra escapada a Cáceres. De Trujillo se puede escribir mucho. Sobre su plaza mayor, por ejemplo, con el imponente Pizarro montado en su caballo vigilando el bullicio de los soportales. O sobre su castillo de origen árabe que da forma a la silueta de la ciudad cuando se observa desde lejos, y sus ampulosas casas-palacio. O sobre sus iglesias, como la de Santa María La Mayor, cuya torre es conocida por sus vistas… y por el simpático escudo del Athletic de Bilbao que esculpió el cantero que la reconstruyó. O sobre la torre del Alfiler, siempre habitada por cigüeñas, auténticas dueñas y señoras de Trujillo.

Lo dejamos aquí porque, en realidad, la mejor manera de disfrutar de Trujillo es alejarse un poco del castillo y de la plaza mayor para quedarse, de verdad, es fácil, a solas en las calles empedradas de su centro histórico, descubrir pequeños rincones llenos de encanto en un viaje al pasado de los que no se olvidan. Y luego, ya sí, volver al presente, a disfrutar de una tapa de morcilla patatera y una cerveza en uno de sus típicos mesones como La Troya o el Plaza.