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Vietnam: el delta del Mekong y la costa Central

Es imposible navegar por el Mekong y no evocar las inundaciones que describía Marguerite Duras en El amante y que con la misma pasión irrigan una de las mayores producciones de arroz de toda Asia. Este coloso fluvial de 4.350 km de longitud nace en la cordillera del Himalaya, atraviesa seis países y, ya en Vietnam, se divide en nueve brazos –Nueve Dragones los llaman–, infinidad de arroyos y multitud de islas que conforman un grandioso delta junto al mar de la China.

El mundo acuático del delta

El Mekong es la vía natural de comunicación entre Vietnam y Camboya. Apenas cuatro horas de navegación separan Phnom Penh, la capital camboyana, de Chau Doc, el primer pueblo vietnamita. El barco se arrima a la costa abriéndose paso entre una alfombra de plantas acuáticas y atraca en el único hotel de cuatro estrellas de la población. Las casas de Chau Doc son pequeñas y todas tienen el frente abierto, como si se tratara de una tienda. Cuando cae la noche y el calor y la humedad dan un respiro, sus ocupantes se reúnen frente a una mesa baja y comen sentados en el piso junto a pequeños altares en honor a Buda iluminados por luces fluorescentes.

Al sur, a 120 km, se localiza Can Tho, un pueblo absolutamente devoto de los neones de colores, que enmarcan no solo budas hogareños, sino también puentes, barcos y edificios. Can Tho es el punto de partida para visitar el mercado flotante de Cai Rang. Los tours parten del muelle del hotel a las 6 de la mañana, en una embarcación tradicional tripulada por mujeres vestidas en sus ao dai, una túnica generalmente de seda, con mangas, ceñida al cuerpo, que se abre desde la cintura y se usa con pantalones.

Antes de llegar al mercado flotante de Cai Rang, visitamos una fábrica de fideos de arroz. Grandes discos de pasta de arroz se secan al sol sobre esteras de hoja de palma; luego serán cortados en tiras por una máquina. Ajenos a las cámaras de los turistas, los locales compran su ración del día.

Media hora más tarde llegamos al mercado, donde las embarcaciones verdes de hojas, rojas de pimientos, amarillas de bananas, se recortan en el río color té con leche. Para no gritar la mercancía, cada uno coloca en lo más alto de una caña de bambú el producto que ofrece. Se acercan y alejan con pericia sin más bullicio que el de los motores.

En el mercado flotante de Cai Rang las embarcaciones son verdes, rojas o amarillas según el producto que vendan: hojas, pimientos, bananas...

El coche desde Can Tho hasta Ho Chi Minh, la antigua Saigón, atraviesa a lo largo de cuatro horas gran parte del delta del Mekong. Entonces se comprende la importancia de este pulmón verde. Bajo los sucesivos puentes se ve el tráfico frenético de barcazas transportando todo tipo de mercadería; en las orillas se distinguen los arrozales y los labradores protegidos por sus nón lá, los sombreros cónicos confeccionados con hojas de bambú.

La antigua Saigón

El contraste de los paisajes selváticos y fluviales del delta con Ho Chi Minh es total. Los coches en Vietnam son extremadamente caros, por lo que el país tiene el récord Guinness de motos por habitante. Solo en Ho Chi Minh, donde viven 8 millones de personas, circulan 6 millones de motos. Avanzan en todas direcciones, sin respetar una sola regla de tránsito, incluso por las veredas. Bicicletas y peatones cruzan por cualquier lado sin acobardarse, detenerse ni apurarse, confiados en que los motociclistas los esquivarán.

Simpáticos, extrovertidos, pícaros, alientan al extranjero que queda paralizado en una orilla. Y entonces uno cae en la cuenta de que más allá de las bellezas naturales y atractivos culturales, que son muchos y variados, el mayor capital de Vietnam es su gente.

Un nombre revolucionario

¿Ho Chi Minh City o Saigón? Ambos nombres conviven y sintetizan su historia reciente. Tras 70 años de formar parte de Indochina, Saigón había abrazado las costumbres occidentales y era el bastión de Vietnam del Sur en su resistencia contra el Vietcong, que quería imponer el comunismo. El 28 de abril de 1975 los soldados del Vietcong derrotaron a Vietnam del Sur y en menos de 24 horas la ciudad cambió el nombre por el de Ho Chi Minh, el general de la revolución, muerto en 1969. Un año más tarde se decretó la unificación del país y hoy Vietnam es uno de los últimos cinco países socialistas que quedan en el mundo.

Una gran estatua de Ho Chi Minh se alza en el parque Vien Van Hoa, delante del Palacio de la Reunificación. Gracias a la apertura económica, sobre la avenida lindera un Mc Donald’s parece saludar al general con los mismos colores de la bandera nacional: rojo y amarillo.

Muy cerca se han abierto también hoteles de cinco estrellas y comercios donde brillan los diseñadores internacionales. Sin embargo, los vietnamitas parecen dejar las marcas foráneas a los extranjeros mientras ellos siguen fieles a los zapateros y sastres que hacen artículos a medida. Las sastrerías están repartidas por toda la ciudad, pero en especial en el populoso mercado de Ben Thanh donde confeccionan un traje o un vestido en cuestión de horas. En esta gran ciudad las mujeres aún se visten bajo la estricta etiqueta local: pantalón y camisa de la misma tela, por lo general estampada, medias, chancletas de fibra vegetal y el sombrero cónico o nón lá.

Tras visitar la Pagoda de Jade y el templo de Tran Hung Dao, contemplar la moderna torre vidriada de Bitexco de 68 pisos supone un salto del pasado al futuro de Vietnam. Desde el mirador del piso 48 se puede ver la silueta del río Saigón bordeando la ciudad y un gran centro financiero en construcción.

Túneles de Cu Chi

Casi tres horas tarda un autobús público en llegar a los túneles de Cu Chi. Quienes no sufran de claustrofobia pueden intentar andar unos metros bajo tierra por un corto tramo de los 250 km de recorrido que conforman esta ciudad subterránea. El agujero de ingreso y el ancho de los túneles fueron modificados para que quepa el turista promedio, bastante más grande que el vietnamita.

Playas de Nha Trang

Escaparse a la playa o alguna isla de esas que reconcilian al viajero con la vida resulta más que apetecible. El largo litoral oeste del sur del país ofrece varias opciones, como las playas cercanas a Nha Trang o las de Da Nang, más al norte; ni qué hablar de la isla de Phu Quoc, la más grande de un archipiélago de más de 200 islas tropicales en el golfo de Tailandia, al este del país.

A 411 km de Ho Chi Minh y tras 8 horas de tren, Nha Trang extiende 7 km de playas en su bahía abierta al mar de la China. La fachada marítima de la ciudad está bordeada por un bulevar repleto de hoteles y restaurantes para degustar pescados y mariscos a la vietnamita, cuya especialidad es la sopa bun cha ca. Al norte y al sur, la flanquean las bahías de Nha Phu y de Vinh Hy, donde se localizan los hoteles más lujosos del país.

Más playas de postal aguardan 500 km al norte, en torno a la ciudad de Da Nang. Y a menos de una hora en taxi se halla el mágico pueblo de Hoi An. El camino va bordeando las playas y tienta detenerse, ya sea para darse un chapuzón en el mar o para visitar las tiendas de artesanía que venden enormes tallas de mármoles, piedras semipreciosas, prendas de seda y artículos de coco.

El puerto de Hoi An

Patrimonio de la Humanidad, Hoi An se levantó en la desembocadura del río Thu Bon, a 4 km del mar. Caminar por sus angostas calles empedradas, con más de 800 edificios protegidos por su interés histórico o cultural, remite a la época en que Hoi An era uno de los puertos más importantes de Oriente.

Imposible cansarse de andar por la calle principal de Hoi An, desde el Puente Japonés (Chua Cau), de 1593, hasta el mercado, donde los vietnamitas suelen comer a todas horas, en especial la sopa o pho de la mañana. Cuando cae la noche, casas y comercios encienden linternas de papel de todos colores y el cielo se prepara para recibir el atardecer y la noche. Es el momento perfecto para sentarse a disfrutar del espectáculo con una cerveza fría y alguno de los sabrosos platos locales, como los fideos cau lau, originarios de aquí.

En Hoi An cada luna llena es fiesta. A las 21.30 cortan la luz eléctrica y solo quedan las linternas de papel. Los comercios colocan un altar a la puerta con una imagen de Buda, inciensos, billetes falsos y arroz en agradecimiento a sus ancestros y para pedirles prosperidad. «Agradecer» y «pedir» son dos verbos presentes también en las velas que se echan al río sobre flores de loto de papel.

Templos de My Son

A una hora está My Son, que reúne 70 templos y tumbas erigidos entre los siglos IV y XIV. Esta ciudad formaba parte del reino champa, de creencias hinduistas y origen malayo-indonesio, que se extendió por el Sudeste Asiático entre los siglos II y XVII. Su estado de conservación no es muy bueno y se ven los estragos de los bombardeos norteamericanos, pero con todo merece la pena dedicarle una jornada. Levantada en medio de la selva, el calor y la humedad se sienten aún más que en Hoi An. Conviene llevar sombrero y una botella de agua para evitar la insolación.

Como final del viaje será refrescante tomar un barco que recorra la costa verde y azul, remonte el río y regrese a Hoi An, al torbellino de colores de su mercado, a la mezcla de sabores dulces, agrios, salados y ácidos de su cocina, y a su gente, siempre con una sonrisa a punto.